
A veces resultamos
un rasgo mal escrito que se borra.
Un día que no llega a ser penumbra.
Un lóbrego comienzo que no acaba.
Resulta muchas veces
que estamos atrapándonos por sabia.
Los unos y los otros nos herimos.
Se miente en compañía del vecino.
Se cae desde el brazo de la gente
y luego de pisarnos unos a otros
quedamos al fin solos.
II
Las cosas son tan simples
que no hay por qué opacarlas.
Las cosas son esencias que nos duelen.
El día por ejemplo
es la lámpara que duele en la pupila.
No es nada complicado tener sueño
para apagar la lámpara.
Las cosas son tan suijales
que basta imaginarlas
para amarlas.
Las conchas en el mar se ven tan libres:
les basta solo el agua
para abrirse.
Nosotros sin embargo,
vivimos cual veleros inconformes:
nos basta la esperanza
para hundirnos.
III
La edad se mide en golpes y en caminos
y toda la madurez en cosechas.
No importa que el ayer nos desconozca
ladrándonos de lejos como a extraños.
Del fondo del pasado
emergen las palabras de otro modo.
Y suenan más bravíos sus latidos.
El cuento del vivir es cuento alegre:
se piensa en la existencia neciamente.
Que inciertos nos sentimos.
Cuan locos arquitectos de la duda.
Cuan sordos inquilinos de la nada.
Nacimos dondequiera.
Los rumbos son los mismos.
La patria es cualquier parte.
La casa cualquier casa.
IV
Se rompe el universo en la cabeza
con todos sus vaivenes y sus bronces.
Es como si la tarde
hubiérase agrandado en la memoria.
Más vale ahora mismo
subir a encharcarse en una estrella.
Qué sórdido minuto es el del miedo:
se doblan de impaciencia las rodillas
y llueve oblicuamente en la retina.
Es como si el color de la penumbra
hubiérase metido en el semblante.
Más vale rescatar cualquier impulso
y darle un puñetazo
al pensamiento.
V
El pan que estoy mordiendo
me duele entre los dientes.
Y cómo he tragado
si hay gente que se muere
sin colmarse.
Y cómo he de comer alegremente
si hay sombras quebradizas que nos siguen.
Si hay perros desleales
que esperan la caída para herirnos.
Y cómo he de reírme
si escucho el martillazo del herrero
hundiéndose en su ausencia
si miro al sastre loco
buscar en los bolsillos de su memoria.
Al lado se trasnocha el zapatero
metiéndose en la boca las tachuela.
Y en una esquina ruin la prostituta
se pasma de dulzura y de tabaco.
Y cómo he de reírme si en el sueño
es una encrucijada la ternura.
Y el sol de cualquier júbilo
calienta pocas horas.
-Aparte de los ríos y tus brazos
no hay cosas adorables-
detrás de los luceros hay abismos
que ven los niños ciegos.
Y cómo he de cantar al agua limpia
si están las lavanderas
abriéndose en la piedra el vientre hinchado.
Afuera se entrecruzan otras sombras:
obreros y mendigos,
felices ignorantes que no saben
de guerras sin sentido.
Y cómo he de escribir tranquilamente
si en esta angosta calle
la vida lo atropella sólo al débil.
Por eso es larga lucha cada día:
cañones colorados contra el pobre
y trampas para el bueno.
De frente a estos dobleces
la tarde me acompaña.
y todo este trajín es un veneno
que llega al corazón
y no me mata.
- Violeta Luna
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