sábado, 30 de abril de 2016

Pasajes de El desbarrancadero



Si los ríos pasan la palabra queda.


Por este complejo de culpa que tengo desde que aterricé en este mundo. Porque no hay inocentes, porque todos somos culpables.


No se puede ser feliz sufriendo por el prójimo.



Amaneció y por las polvorosas persianas pasó al cuarto el sol estúpido. Me levanté, me levanté, me puse los pantalones y la camisa y me dirigí al baño a orinar. Al entrar al baño me vi por inadvertencia en el espejo que jamás miro porque los espejos son las puertas de entrada a los infiernos. Era un pobre espejo deslucido, sin marco, como los de hotel de putas, pegado en una pared sobre el lavamanos, y tenía rajado el ángulo superior derecho. Entonces lo vi, naufragando hasta el gorro en su miseria y su mentira en el fondo del espejo: vi un viejo de piel arrugada, de cejas tupidas y apagados ojos.


Una mujer preñada es un foco de alerta pública, un bochorno familiar. La gente ve y piensa: se la metieron.


(...) el mundo en manos de esas vaginas delincuentes, en parir y parir y parir perturbando la paz de la materia y llenándonos de hijos el zaguán, el vestíbulo, los cuartos, la sala, la cocina, el comedor, los patios por millones, por billones, por trillones. ¡Ay, que dizque si no los tienen no se realizan como mujeres! ¿Y por qué mejor no componen una ópera y se realizan como compositoras?


En ese instante entendí que se acababan de cortar mis últimos vínculos con los vivos. El taxi se iba alejando, dejándolo atrás todo, un pasado perdido, una vida gastada, un país en pedazos, un mundo loco, sin que se pudiera ver adelante nada, ni a los lados nada, ni atrás nada y yendo hacia nada, hacia el sin sentido, y sobre el paisaje visible y lo que se llama el alma, el corazón, llorando: llorando gruesas lágrimas la lluvia.



-Fernando Vallejo



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