Ella se preguntaba si podía acariciar al difunto.
La enfermera le dijo que sí que podía.
¿No se envenenaba una de cadáver?
No, no se envenenaba.
Habían estado viendo una reposición en la tele,
él había hecho una profunda aspiración
y entonces había... ocurrido.
Lo ideal sería que los dos nos fuésemos juntos
habían dicho muchas veces.
Ahora quedaba allí sola
como una rebanada de pan olvidada en el tostador.
Usted, enfermera, ¿me entiende?
La entiendo.
¿Tal vez podría lavarme la mano después?
Claro que podría.
Pero no es necesario ¿verdad?
No, no es necesario
Entonces voy a acariciarlo, sí, al difunto.
-Werner Aspenström
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