viernes, 18 de septiembre de 2020

La eternidad de los columpios

 


Te miro, años más tarde, con los colores de los 90. Llevas tu peinado favorito. Lo que más te gustaba de esa trenza es que solo y solo tu mamá te la sabía hacer. Es más, creo que lo que más disfrutabas era que tu mamá te peine así para ocasiones especiales. No sé qué celebrabas, no recuerdo a qué fiesta fuiste. Sé que no estás usando tu vestido favorito y me pregunto ¿Qué están mirando tus ojos niños?

Últimamente pienso mucho en ti. Todo el tiempo, desde que me despierto y me miro en el espejo como intentando invocarte para que me salves de una soledad que viene y va como neblina, hasta dormirme cobijada con las canciones que cantabas a viva voz en los columpios, con la idea de volar.

Pudiste haber crecido estos 29 años en un columpio, pero tu papá te recordó que era domingo y que debías germinar una alverjita en un algodón para la escuela. Además, qué felicidad te daba regresar a casa sujetando la mano enorme de tu papá. Intentabas seguirle el paso. Una zancada suya equivalía a un viaje tuyo de galaxia a galaxia. Así aprendías a medir distancias.

Pienso en tus pies pequeñitos y planos. Y quisiera poder entrar nuevamente en tus zapatos blancos para bailar entre dientes de león. Te pienso como lugar seguro, como queriendo estrenar un corazón que no sabe de la tristeza. Y no entiendo este afán de llorarte con un sol quemándome la garganta.

Te pienso y trato de buscar al ser humano completo que fui, antes de irme rompiendo y dejando pedazos de mi carne en el camino. Y hay tanto silencio en mi corazón que necesito, desesperadamente, escucharte cantar.

Quizás en un columpio te encuentre.     

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